León XIV ¿Cómo está confirmada la Orden de San Agustín, a la que pertenece el papa?

Fundada en el siglo XIII, esta comunidad alcanzó por primera vez la Sede de Pedro con el nombramiento de León XIV.

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Por:

Alexis Montiveros

Robert Prevost, papa León XIV
Foto: AP

Con la elección del estadounidense Robert Francis Prevost como nuevo pontífice, la mirada volvió a posarse sobre una de las grandes familias religiosas de la Iglesia: la Orden de San Agustín. Fundada en el siglo XIII, esta comunidad alcanzó por primera vez la Sede de Pedro con el nombramiento de León XIV, rompiendo una tradición no escrita dentro del Colegio Cardenalicio.

A diferencia de otras órdenes más conocidas por su presencia mediática o política, los agustinos han mantenido un perfil discreto pero influyente en la historia del catolicismo. Su estructura, espiritualidad y expansión global explican por qué la figura de Prevost encarna una continuidad con su legado.

¿Cómo surgió la Orden de San Agustín?

Aunque toma su nombre de San Agustín de Hipona, la orden no fue fundada directamente por él. Su origen se remonta a fines del siglo XII, cuando comenzaron a surgir movimientos eremíticos espontáneos en la Toscana italiana. Hombres y mujeres laicos, deseosos de vivir en pobreza, oración y penitencia, se retiraron del mundo para formar pequeñas comunidades centradas en la vida contemplativa.

Dos figuras destacaron en ese contexto: Juan Bono, de Mantua, y Guillermo de Malavalle, un penitente francés que vivió en la región toscana. Si bien sus seguidores no formaron una orden en sentido estricto, sí compartían un estilo de vida común, marcado por la austeridad, la fraternidad y el deseo de reforma espiritual.

En 1243, el Papa Inocencio IV convocó a los ermitaños de la Toscana para que se unificaran bajo una misma regla. El capítulo fundacional tuvo lugar en Roma al año siguiente, dirigido por el cardenal Ricardo Annibaldi. Allí se adoptó la Regla de San Agustín, se acordó el uso del hábito negro con cinturón de cuero, y se eligió un prior general.

Más adelante, en 1256, el Papa Alejandro IV incorporó a comunidades de otras regiones y consolidó oficialmente a los Hermanos Ermitaños de San Agustín, una de las cuatro órdenes mendicantes reconocidas por la Iglesia.

¿Cuál es su espiritualidad y forma de vida?

La vida agustiniana se basa en tres pilares: vida en común, búsqueda interior de Dios y caridad fraterna. Esta espiritualidad pone énfasis en la unidad de corazones y mentes (unitas), la conversión permanente y el compromiso activo con la comunidad.

    A diferencia de los monjes, que permanecen en un monasterio fijo, o los clérigos diocesanos, que sirven bajo autoridad episcopal en parroquias específicas, los agustinos viven de la caridad de quienes los acogen. Esta característica los vincula con la tradición mendicante, como ocurre también con franciscanos o dominicos.

Su acción combina contemplación y misión, con especial atención a la formación, el trabajo social y el acompañamiento pastoral en contextos urbanos y multiculturales.

¿Cómo se expandió la orden y cuál es su presencia actual?

Desde el siglo XIII, la orden se expandió rápidamente por Italia, España, Francia y Alemania, y participó activamente en las misiones durante la colonización europea en América, Asia y África. En Estados Unidos, su presencia comenzó en 1794 con la llegada de John Rosseter a Filadelfia, seguido por Matthew Carr, quien fundó la Provincia de Santo Tomás de Villanova, núcleo de la expansión en el noreste del país.

A lo largo del siglo XX, se fundaron nuevas provincias en el Medio Oeste, California y Canadá. En América Latina, su presencia es relevante, especialmente en Perú, donde el actual Papa desarrolló gran parte de su ministerio.

Robert Francis Prevost fue formado en la Provincia agustiniana estadounidense y enviado a Chiclayo, en el norte peruano. Allí trabajó como párroco, formador y obispo, antes de ser elegido superior general de la orden y, posteriormente, prefecto del Dicasterio para los Obispos en 2023.

Hoy, la Orden de San Agustín está presente en más de 40 países, y su labor abarca educación, pastoral, formación teológica, trabajo misionero y acción social. En el Vaticano, mantiene la custodia de la parroquia de Sant’Anna, confiada por el Papa Pío XI en 1929.

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